CUANDO LA TORMENTA TERMINE

Decía Murakami:

«Y una vez que la tormenta termine, no recordaras como sobreviviste. Ni siquiera estarás seguro de si la tormenta terminó de verdad. Pero algo sí es cierto: cuando salgas de esa tormenta, no serás la misma persona que entró en ella. De eso se trata esta tormenta…».

Hoy, que nuestro mundo gira al ralentí y que observa con el corazón encogido cifras y curvas que no dejan de crecer —y no precisamente de sonrisas— hemos descubierto que somos débiles, muy débiles. Toda una lección de humildad para el ser humano moderno.

Y es que, mientras nosotros estamos encerrados, las aguas vuelven a aclararse, el aire huele a limpio, los árboles florecen y los animales pueden habitar en paz por un tiempo. No sé si será el mejor momento para decirlo, pero la naturaleza es tan sabia y mágica que parece que ella misma está limpiándose del mal que le hicimos durante este tiempo, descansando de nosotros. 

Nunca olvidaremos cuando una Tierra enferma obligó al mundo a detenerse.

De cualquier forma, esta pandemia también nos está recordando una serie de valores que creíamos olvidados y que deberíamos aprovechar para reflexionar sobre qué estamos haciendo con nuestra vida. Abrir los ojos y ver más allá de lo aparente.

Hoy las palabras cerca y lejos han cambiado de significado. Echamos de menos los abrazos, las miradas cómplices o las risas compartidas. Nos falta el calor humano, la mano que calma, el beso deseado o simplemente el olor a cotidiano. Echamos en falta lo esencial, eso que no se ve, pero se siente; eso que da sentido a todo cuando nos acecha la incertidumbre.

Y es cierto, de todas las enfermedades, la más devastadora es la incertidumbre. Pero tranquil@s: «Esto también pasará».

Porque hoy sabemos que podemos estar unidos en la distancia. Porque aún lejos, esas distancias nos hacen uno y eso es algo más poderoso que la mera suma de las partes. No sé, quizás, estemos aprendiendo que no hace falta tocar a alguien para sentirle contigo. Ahora y más que nunca, no es quién está cerca, es quién llevas dentro. Hazme un favor, házselo saber, quizás mañana sea tarde.

Menuda paradoja que, en un mundo hiperconectado de selfiesstories y máscaras; del consumo de lo breve, rápido y fugaz, un virus invisible nos ha quitado la careta a todos, obligándonos a vivir despacio y a apreciar el valor de lo sencillo y cotidiano. Tal vez ahora demos más valor a comer con un amigo en una terraza, leer un buen libro, perderse por una calle desconocida, o simplemente contemplar las estrellas. Sin ruido, sin filtros.

Ahora, que entendemos lo insignificantes que somos, tal vez, habrá quien valore más lo que tiene, quien descubra que tiene más de lo que cree o quien se dé cuenta de que eso que tiene no es lo que necesita. Por eso, cuando la vida regrese, que regresará, tal vez pediremos menos cosas y comprenderemos que las mejores cosas de la vida son gratis: un «Te quiero», una sonrisa o un «estoy aquí».

Ahora, que nos damos cuenta del verdadero valor de la libertad y de la importancia de la salud quizás aprendamos de nuestros antepasados que sacrificaron su vida por la libertad y paremos de construir un mundo insostenible en el que ignoramos el planeta para conservar el individualismo. A ver si teníamos que vivir encerrados para descubrir que éramos libres y solidarios.

Ya lo dije una vez: «Que esto no va de aguantar un rato, va de aprender a vivir de otra manera».

Y cuando ésta situación pase, muchos de nosotros no seremos los mismos. En todos habrá un antes y un después. Será cómo empezar de cero. Un despertar. Nuestras prioridades no serán las mismas, nuestras preocupaciones tampoco. Cambiarán nuestros valores, nuestra forma de disfrutar de la vida y nuestra forma de relacionarnos.

Tal vez, este sea el efecto inesperado de la pandemia, que casi todo vuelve a funcionar si lo desconectas un momento, incluso tú.

Saldremos de esta tormenta. Ojalá pronto.

 

Irene Jiménez