¿No cambies nunca?
No podemos decidir lo que sentimos. No podemos decidir lo que deseamos. No podemos decidir de quién nos enamoramos o lo que tendríamos que sentir en ese momento dado. A veces, las emociones que estamos sintiendo no nos vienen bien. Cuando tendríamos que estar más tranquilos, perdemos la estabilidad. Cuando tendríamos que rendir más, estamos más nerviosos y funcionamos peor. Cuando más animados tendríamos que sentirnos, menos ganas tenemos de hacer lo que debemos. Aunque nuestra voluntad nos quiera llevar a un sitio, el cuerpo dice que “ya veremos”. Por no hablar de las fobias, los traumas, que son más conocidas y dan más problemas. Las emociones tienen su criterio propio. El cuerpo tiene su criterio propio. La mente tiene su propio criterio. Ese criterio no suele ser el del ego. El cuerpo siempre recuerda. En el fondo, aunque lo tengamos infravalorado, él siempre manda. Y no queremos lo que le pasa.
Eso es sufrir.
Uno puede engañarse creyendo que no tiene problemas de ese tipo. En mayor o menor grado, todos los tenemos. ¿Quieres un ejemplo? Lo puedes ver en cada cosa que no te gusta de la vida que debería gustarte porque son cosas normales. Entendamos esto: si no te gusta que te coma un cocodrilo las piernas o que te quemen con aceite hirviendo, pues es lo normal, a nadie le gusta. Pero si odias los macarrones, no soportas que hagan ruido con la ropa, te pone malo el timbre de tu casa o no te gustan las navidades, el verano, las farolas, el taconeo o el brécol, tienes una mini-fobia. Es decir, tu cuerpo responde con rabia, asco, pena o miedo a algo que, en principio tendría que ser o bueno o neutral. Hay un mini-problema. Y los demás te miran raro cuando “se te pira la pinza” si te pones como un pipo cuando no viene al caso. Si eso es muy recurrente decimos que tiene una “personalidad fuerte”. Puede que tú mismo no entiendas porqué te has comportado de manera tan inapropiada en ese momento. Lo notarás porque la reacción emocional que tienes no se corresponde a la gravedad del asunto. Lo más curioso es que eso que nos pasa, eso que sentimos que “no nos gusta” de nosotros es una asociación equivocada, ya no funcional, que ha hecho el cuerpo y, de manera asombrosa, ya te has acostumbrado, ahora ya ni te planteas quitártelo. De hecho, crees que “eres así”.
Si la cosa es más intensa, que todos tenemos de alguna u otra manera, nos encontramos con que no podemos realizar cosas que deberíamos o querríamos. Lo pasamos francamente mal con actos que son normales y corrientes. Nos dan pánico aspectos comunes de la vida. Entonces somos fóbicos o tenemos algún tipo de estrés post traumático. Entonces tenemos horror a los perros, a los espacios abiertos, a los espacios cerrados, al contacto físico, a hablar en público o a los aviones. Ahí hay más problema, porque nuestro conflicto nos impide vivir como queremos, hacer actividades que necesitamos o disfrutar de las cosas buenas que nos gustaría realizar como todo el mundo. Puede que la fobia, el rechazo, no sea a algo tan específico, sino a algo mucho más grande: a la gente, a salir, a ser escuchado, a nuestro cuerpo, a tus hijos, a la muerte, a la vida. Entonces es aún peor.
Las experiencias traumáticas o conflictivas en la infancia –recordadas o no- puede que hayan dejado nuestro cuerpo condicionado a sentir emociones que no son apropiadas para nuestra vida actual. Nosotros en el fondo somos mamíferos, animalitos vulnerables que tienen como principal recurso el funcionamiento de su cuerpo frente a los desafíos. Aunque nos gustaría ser cerebrales, mentales, que el mundo se adaptara a lo que queremos, que pudiéramos sentir lo que queremos, no es así.
Sin embargo, no estamos echados a perder todavía. Cabe la posibilidad de utilizar los recursos de las técnicas de introspección, lo que sabemos del funcionamiento neurológico, estrategias de modificación emocional o sistemas de liberación del nudo asociado.
Para todo eso necesitamos saber cómo. La voluntad no es suficiente, sino sería muy sencillo. Cuando alguien le pide a otra persona que cambie algo de sí misma, ha de darse cuenta de que el cambio no es algo tan sencillo como ejercer la propia voluntad. Si no somos capaces de cambiarnos a nosotros mismos, ¿cómo vamos a poder cambiar a otros?
Cambiamos cuando no nos queda más remedio. Cambiamos cuando hemos comprendido con las vísceras que no hay otra opción, cuando dejamos de engañarnos, cuando estamos dispuestos a sufrir las desventajas de librarnos de nuestras mierdas, cuando nos atrevemos a dejar de ser yonkis onanistas de los dolores que nos justifican, cuando dejamos de aprovecharnos de los demás con nuestras demandas, cuando estamos dispuestos a dejar de creernos mejores por lo que nos sacrificamos, cuando estamos hartos.
Básicamente, cambiamos sólo por tres causas:
1.- Por discernimiento, cuando nos rendimos ante el mensaje recurrente de la vida que con su paciencia infinita nos ofrece una y otra vez el mismo conflicto o nos retrasa hasta lo inimaginable aquello que deseamos. O nos da una sobredosis de lo que deseamos hasta que nos harta y nos damos cuenta de nuestra ingenuidad. Llega un momento, entonces, en el que nos damos cuenta de que ya no tenemos más remedio que comprender y aceptar lo que no queríamos ver de nosotros mismos o de los nuestros.
2.- Por sufrimiento, cuando las energías corporales reprimidas en el inconsciente se levantan en armas contra el ego controlador y se hacen con el mando del comportamiento. Entonces, ya no podemos más y empezamos a cambiar.
3.- Por influencia de un agente externo, cuando el ejemplo de alguien, la enseñanza de otro, un sistema práctico de desarrollo efectivo, una sustancia sagrada, un proceso médico, una pérdida enorme, un shock, un despertar, un sueño revelador, una epifanía o un jamacuco nos espabila, nos da lucidez y entonces, nos damos cuenta de que el cambio está produciéndose.
La mayor parte de los cambios suceden cuando nos damos cuenta, de repente, que llevamos cambiando hace tiempo, como cuando miramos una foto que nos han hecho a traición y vemos a esa persona mayor que, sorprendentemente, somos nosotros. La idea de mi y la imagen de mi son siempre diferentes.
Nosotros no somos alguien, nosotros somos la vida. La vida es cambio continuo, nosotros somos cambio continuo. El sufrimiento reside en la negación del cambio.
Así que si quieres ser infeliz o quieres sufrir siempre, recuerda siempre esto: que tienes razón, que tú eres así y, sobre todo, no cambies nunca.